El reciente respaldo del Parlamento iraní a un posible cierre del Estrecho de Ormuz ha captado la atención internacional, dado que por esta estratégica vía marítima circula entre el 20% y el 30% del suministro mundial de petróleo crudo, así como una parte importante del gas natural licuado (GNL). No obstante, la decisión final aún está en manos del máximo organismo de seguridad de Irán, y el contexto global ofrece importantes márgenes de maniobra.
Este estrecho, que conecta el Golfo Pérsico con el Océano Índico, es utilizado principalmente por exportadores clave como Arabia Saudita, Irán, Emiratos Árabes Unidos, Kuwait e Irak. En conjunto, estos países despachan cerca de 21 millones de barriles diarios de petróleo a través de Ormuz, lo que convierte a este corredor en el mayor punto de tránsito marítimo de petróleo del mundo, superando ampliamente rutas como el Canal de Suez o el estrecho de Malaca.
Los principales importadores que dependen de esta vía son países asiáticos: China, India, Japón y Corea del Sur, que en 2024 absorbieron el 69% del crudo que transitó por Ormuz, según la EIA. En total, el 84% del petróleo y el 83% del GNL que cruzan el estrecho tienen como destino final mercados de Asia, mientras que Europa representa una fracción menor.
Frente a un hipotético cierre de Ormuz, el comercio internacional cuenta con diversas rutas y proveedores alternativos que mitigarían el impacto. Los exportadores del Golfo podrían redirigir sus cargamentos mediante oleoductos internos hacia puertos del Mar Rojo (como el Petroline de Arabia Saudita) o la costa este de Emiratos, mientras que los países consumidores —especialmente europeos— tienen la capacidad de sustituir el crudo de Medio Oriente con importaciones desde Estados Unidos, Canadá, Brasil, África Occidental o el Mar del Norte. Además, muchos países cuentan con reservas estratégicas de petróleo que permiten amortiguar disrupciones temporales sin afectar el suministro interno.
La historia reciente ha demostrado que, incluso en escenarios de alta tensión, los actores globales priorizan la estabilidad de los flujos energéticos y la libertad de navegación. Por ahora, el Estrecho de Ormuz continúa operando con normalidad, y el sistema energético internacional ha fortalecido su resiliencia, diversificación y capacidad de respuesta ante eventuales crisis.